Cielo y azul. Sobre el dolor y la oscuridad

5 enero 2015

Lionel Messi

Peio Izcue. Lionel Andrés Messi Cuccitini sufre, 2014

Entre las notas que me pasa Peio Izcue sobre su trabajo, hay alguna que no me quiero resistir a comentar. Ésta, por ejemplo, que me parece muy significativa: “El caos debe resplandecer en el poema bajo el velo incondicional del orden”. Fuera del contexto que le supongo, la cita de Novalis resultaría oscura y hasta contradictoria. Sin embargo, aúna muy bien dos elementos que subyacen, desde hace ya algunos años, en el quehacer fotográfico (?) de Izcue. Por un lado, un planteamiento formal severo, rígido, casi unidireccional, con muy pocas concesiones. Por otro, si se traspasa ese umbral oscuro que nos recibe, entramos una vez más en el fértil y caótico territorio de las imposibilidades y los deseos.

Es evidente que su propuesta tiene mucho que ver con lo profundo propio. En un recorrido contrario al que suele ser habitual, el autor renuncia a exteriorizar sensaciones o emociones personales, más o menos intensas. Vuelvo a hacerme eco de las palabras del poeta: “Es en nosotros donde radica la eternidad de los mundos”. Sus imágenes, -sus “no-imágenes” casi me atrevería a decir– sugieren un itinerario inverso: van desde la luz hacia la oscuridad, hacia lo tenebroso que se refugia en algún lugar interno y poco accesible. Tocada la sensitiva levemente en un punto, se repliega sobre sí misma y ofrece lo que parece ser una imagen yerta bajo la que se esconde la intensidad de la vida; más allá del envoltorio oscuro y hermético con el que se nos presenta, el trabajo de Izcue es fruto de una meditación consciente y calculada sobre lo sombrío que habita en nuestro interior.

No es una negación de la luz, como podría parecer a primera vista. Es un descrédito de la luz como socia del espectáculo hacia el que el arte, cada vez más, parece inevitablemente orientado. Estamos por lo tanto ante un planteamiento político en ese descrédito de lo luminoso y sus habituales compañías de viaje, un planteamiento que tiene echadas sus raíces en no pocos posicionamientos filosóficos sobre la razón de ser del arte. Hemos citado a Novalis, pero Peio Izcue extrae párrafos de Nietzsche y, sobre todo, de Benjamin, Horkheimer y Adorno. Son citas que le ayudan a establecer las líneas que delimitan su proyecto, que gira obsesivamente en torno a la noción de sufrimiento, bien sea imputable a la sociedad de consumo (artístico), bien lo consideremos propio de las limitaciones del ser humano. Sin embargo, como decía, la luz existe. De lo que se trata en última instancia es de revisar el papel que “se le obliga” a jugar en el arte contemporáneo, en especial desde su contribución en la génesis y en las pretensiones de la imagen fotográfica y cinematográfica.

Pero esa dirección “política” –en relación con la luz, aunque no sólo– del trabajo de Peio Izcue no nos da la verdadera clave del mismo. Siendo sustancial, su función es más bien la de actuar como recordatorio de un estado de cosas que no le gusta, y ante el que se rebela de la manera en que puede hacerlo. Desde hace ya unos años, sus proyectos fotográficos son una proposición continuada que hace al espectador para compartir su propio sufrimiento. En ese sentido “Cielo y azul” es un episodio más de la mutualización del dolor que parece propugnar, de su deseo no disimulado de compartir en sus imágenes la ansiedad que deriva del hecho cultural, en tanto que industria alienante y hasta fraudulenta, y del hecho creador, que identifica y asume como un proceso personal y doloroso de redención.

Podríamos decir, por lo tanto, que quedaría un balance ajustado entre la cantidad de dolor imputable a nuestras sociedades de consumo y la que podemos atribuir a nuestra limitada, precaria naturaleza como seres humanos. Pero, en mi opinión, sería faltar a la verdad pretender cualquier tipo de equilibrio, seguramente imposible. Peio Izcue sabe que su voluntad está más cerca de lo ritual que de lo político, sabe que los brazos de esa balanza no son iguales. Una cosa es la posición de partida y otra muy distinta los sucesivos hallazgos que se van produciendo en el recorrido creador y que iluminan, aunque sea escasamente, un camino misterioso que transitar con incertidumbre. El rito constituye el puente, la conexión con lo misterioso, con lo sagrado que nos dirige siempre al comienzo de los tiempos, a la débil luz de alguna aurora inicial, cuando ese principio sagrado era lo único que había.

El rito artístico implica el regreso hacia el momento primordial, y representa una voluntad de relación con lo oscuro y tenebroso. Hay un cierto sarcasmo en el propio título asignado al trabajo. “Cielo y azul” no es otra cosa que la expresión de un deseo inalcanzable y que, por serlo, no permite más que un recurso a la ironía, que por otra parte podemos detectar en diversos puntos del proyecto y que constituye a su vez una declaración de impotencia. Lo innombrable, lo que está más allá de la primera chispa de luz, al borde mismo de la negrura infinita, alimenta todo lo ritual por venir. “El arte es la transición de lo tenebroso hacia la luz”, escribió Rodolfo Kush. En realidad, habría que decir que el rito artístico que interesa a Izcue, consciente de que el camino se puede recorrer de otro modo, sugiere un trayecto inverso, de la luz hacia las tinieblas o, como decíamos al comienzo, del orden incondicional al caos primordial que “resplandecerá” debajo de él.

Esa especie de regreso hacia el origen supone también lecturas diversas de otra naturaleza, igualmente elocuentes. El control de la luz hasta la reducción a su mínima expresión, sea un minúsculo punto, sea una exigua intensidad no es una novedad en sus planteamientos. Peio Izcue encuentra algún tipo de protección en ese ocultamiento, en ese refugio en la oscuridad. Se podría tener la impresión de que, instalado en las sombras, nos observa, lo que produce cierta incomodidad. Es como si hubiese dejado los focos sobre nosotros, no sobre la obra. Claro que nosotros también podríamos reclamar la protección de una sombra, sobre todo si tenemos en cuenta que sus proposiciones no eluden un punto de desconsideración crítica, irónica o no, con el mundo del arte y por ende con el espectador.

Esa suerte de ocultamiento quizás es sólo una consecuencia de menor alcance al lado de otras consideraciones. Así, la voluntad de retorno a los orígenes que ya he comentado, establece las tinieblas como destino final del trayecto, como la materia anterior en la que prendió una luz, primera señal de la vida. Es evidente, en ese sentido, el guiño que se propone en las imágenes de la serie “Eclipses”, reducidas las dimensiones cósmicas a un mínimo brote de luz en la negrura anónima del vacío.

Por otro lado, creo tener constancia de que Peio Izcue, formado fotográficamente a caballo entre las dos tecnologías, química y digital, hizo tempranamente una renuncia definitiva a la primera de ellas. Sin embargo no puedo evitar la sensación de que sus fotografías establecen un vínculo con la tradición fotográfica del “cuarto oscuro”, y veo sus figuras, sus rostros apenas esbozados en las sombras, viniendo de algún lugar remoto, el mismo lugar del que nacen todas las fotografías en el viejo proceso químico. Es como si al lado del dolor que expresan esos rostros ambiguos hubiese un leve poso de nostalgia. Nostalgia de un proceso en su génesis más adecuado a las pretensiones del trabajo, nostalgia por todo lo que representa la renuncia/pérdida del brillo de la luz, incluso del color (Ha de resultar obvio que seguramente soy yo quien no ha superado algunos traumas de su propia infancia fotográfica).

La imagen ha sido desposeída de sus brillos, reducida a su mínima estructura, incluso a veces ha sido soliviantada su naturaleza como imagen que resulta así, desprovista de una gran parte de sus atributos, castigada por el autor, condenada lejos de sus oropeles a una pura función ascética. Pero hay mucho más. El descrédito de la imagen va más lejos. En ese recorrido en sentido contrario, la noción de autor es sometida también a un cuestionamiento radical. Peio Izcue no hace sus fotografías o, mejor dicho, las hace utilizando mecanismos en los que la toma fotográfica es suplantada por la apropiación. Las imágenes que le sirven de punto de partida son a menudo imágenes “encontradas” a las que ha desviado de su función inicial o sometido a tratamientos que alteran su uso previsible, de tal modo que lo que reconocemos en ellas es escasamente algún residuo de lo que fue una vez. Así, las imágenes construidas con firmas “concilian” en un punto imagen y escritura, sin dejar de interrogarnos a la vez sobre el origen de una y otra. Las ya comentadas fotografías de la serie “Eclipses” parecen reminiscencias de nuestros orígenes y, sin ir tan lejos, del propio proceso fotográfico. Los rostros sufrientes de los futbolistas resultan sutilmente equívocos y se diría que constituyen, sometidos a esa destrucción/traslación de contexto, una confluencia de sufrimiento y placer. En todo caso, finalmente, se está afirmando que el autor ya no es tanto quien toma la fotografía, sino quien la usa para dotarla de algún sentido.

A estas alturas, la pérdida de esa noción –por otra parte tan arraigada– de autoría no es excesivamente significante para Peio Izcue, quien se refiere a las fotografías e imágenes que reutiliza como “desechos de reproductibilidad técnica”. En el fondo su propuesta nos involucra en una nueva lectura de lo que igualmente se podrían juzgar como desechos de sentido. Él sabe que muchos aspectos de su proyecto cuestionan a Walter Benjamin. Si el filósofo alemán levantara la cabeza es probable que sus ideas sobre el arte de hoy nos sorprendiesen más de lo que creemos. Pero no lo hará, porque su inteligencia preferiría dejarnos a todos –varios siglos más– especulando sobre al aura.

Cielo y azul irónicos. Hay, entre las frases que el autor rescata de los obituarios de un periódico, una que, para concluir, quiero parafrasear aquí: la oscuridad es leve y de un confortable desamparo.

Carlos Cánovas

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Peio Izcue. Sin título, 2014 (A partir de las firmas de dos futbolistas, un poeta uruguayo, un esteta, una actriz pelirroja, un político marxista, una señora con gafas de avanzada edad y otras 38 personas desconocidas para el autor)