Planta de invernadero

7 agosto 2014

Cartier Bresson Mexico

Henri Cartier-Bresson. México, 1934

Siempre me imagino a Robert Capa, en alguna especie de paraíso, tentando a Cartier Bresson: “…defínete como fotoperiodista y harás lo que quieras”. Es decir, si comes de este árbol serás como Dios. No puede sorprender a estas alturas lo que parece un episodio más en las relaciones entre arte y fotografía. Desde el siglo XIX hasta hoy, si eres fotógrafo, tendrás que elegir. La exposición de Cartier-Bresson, procedente del Centro Pompidou y ahora en la Fundación Mapfre, es un intento de “recomplejizar” (perdón) las cosas, cito textualmente a Clément Cheroux. Allá queda, insuficiente, la otrora exitosa idea del “momento decisivo”. Se trata de mostrar los sedimentos fotográficos de las sucesivas capas que conforman al personaje: pintura, surrealismo, cinematografía, militancia política, reporterismo, etc.

Suele ser cierto casi siempre que uno es deudor de sus comienzos. Aún en el final de una biografía larga y densa, esos comienzos  terminan por aflorar de algún modo. El primer Cartier-Bresson registra la influencia de Atget, absorbe la naturaleza geométrica de la imagen, y es seducido por el poder de la belleza convulsiva. La jerga de los surrealistas (explosión estallante, erótica velada, magia circunstancial) no desaparecerá en su caso en los años treinta, aunque se camuflará en el carcaj del arquero zen.

“Si te etiquetan como fotógrafo surrealista te quedarás en eso. No te darán un encargo. Serás como una planta de invernadero”, Capa dixit. Cartier Bresson abrazó pragmáticamente el árbol gigantesco de la ciencia periodística del bien y del mal. Sin embargo, más o menos secretamente, quedó un poso de aquellos comienzos surrealistas. Por eso, al lado de ese árbol, si se fija uno con atención, puede verse una pequeña planta de invernadero, disimulada y desubicada, pero incólume.

¿Será porque, como escribió Susan Sontag, no hay empresa más surrealista que la fotográfica, empeñada en obtener un duplicado del mundo? ¿O será, como provoca Chéroux, porque al fin y al cabo la fotografía es mucho más compleja que el arte?